domingo, 17 de diciembre de 2006

Bautismo de montaña

Carrera de Navidad de Cercedilla. 17 de diciembre

Reconozco que no estaba yo muy convencido de esto de correr tan pronto una carrera de montaña. Es algo que por ahora me daba un poco de respeto y, por qué negarlo, algo de pereza.

El caso es que me convencieron, y aunque las fotos y el perfil del recorrido no presagiaban nada bueno, al final me decidí. Así que ahí estábamos esta mañana, Ana, Isma y yo, dispuestos a devorar pista, piedras o lo que se nos pusiera por delante.

El ambiente, como viene siendo habitual, era muy animado. Se veían muchos corredor@s calentando, que se dirigían hacia o venían ya de recoger sus preceptivos dorsales y chips. Temperatura fresquita, como no podía ser de otra forma, estando en las fechas que estamos, y metidos en plena sierra madrileña.

Tras los homenajes merecidos, comenzó la carrera. Según vi el panorama, decidí que lo mejor que podía hacer era ir con Isma y Ana, sobre todo porque el primero vive en Cercedilla, y se conoce los caminos del recorrido como la palma de su mano. De esa forma sabría en todo momento lo que me esperaba a continuación; además, el ritmo que ellos iban a llevar me garantizaba no caer en mi error habitual de cebarme al comienzo, cuando las fuerzas y las sensaciones son buenas, lo que luego siempre me pasa factura.

Y parece que el plan dio resultado. En todo momento nos mantuvimos a un ritmo muy cómodo, que incluso me permitía mantener a ratos una conversación con mi compañero de camino (porque apenas tres kilómetros después de empezar Ana se nos había quedado mientras avanzábamos posiciones durante un repecho). La temperatura era agradable, la ausencia de lluvias de los últimos días hacían que el terreno fuera más que propicio, y no había masificación.

La tan temida cuesta de que nos habían hablado antes de comenzar no fue para tanto; hay que agradecer los carteles con tintes cómicos que colocaron en los árboles a lo largo de la misma, que también ayudaron. Llegamos a la mitad del recorrido bastante enteros, y dispuestos a dar cuenta del merecido y esperado avituallamiento.

¡A gloria nos supo el gajo de naranja que acompañaba a la botella de agua! Ni te imaginas lo bien que entraba después de tanta subidita. Pero aún quedaba la bajada suicida con barro, agua y algo de hielo. Un par de caídas, no nuestras sino de otros corredores nos obligaron a detenernos un poco; es lo que tiene ir corriendo junto a un ATS. Una de esas caídas nos entretuvo lo suficiente como para que Ana nos diera caza, y así poder completar los poco más de dos kilómetros que nos quedaban para la meta, que cruzamos a la vez, como tres campeones, dando así por cerrado -al menos para Ana y para mí- nuestro bautismo en carreras de montaña. Sin duda, no será la última.

Quedan para la anécdota el vino dulce al acabar la carrera, la estupenda bolsa de corredor que nos dieron al acabar (anticipo de las navidades, con tanto regalo que llevaba), y la frase "me duele el orgullo" que fue la respuesta que a la pregunta de Isma "¿qué te duele?" dio una chica tras haberse dejado las rodillas en una caída. A mí, la verdad, me dio pena esa reacción tan ausente de gratitud hacia las personas que nos detuvimos a ayudarla; bueno, hago mal en incluirme, porque yo sólo miré y recogí este triste testimonio.

domingo, 3 de diciembre de 2006

En marcha de nuevo


Trofeo Akiles. 3 de diciembre. 10 km

El tiempo pasa volando; hace ya más de un mes que disputamos nuestra última carrera, y no se puede decir que desde entonces hayamos cuidado mucho nuestra preparación; por lo menos yo.

La cuestión es que después de más de dos semanas sin salir a correr me enfrentaba a una nueva carrera de 10 km. Me apetecía mucho, porque el marco de la Casa de Campo es único. Nunca había corrido por allí, y la experiencia ha respondido a mis expectativas. A pesar de la niebla que se apreciaba a la entrada de Madrid, el cielo y la temperatura en el circuito no han podido ser mejores para la época del año en la que estamos. Mucha gente (2500 corredores), mucho ambiente, y muchas ganas.

Hoy se nos ha unido Pedro, un amigo y compañero de carrera (universitaria, se entiende) Es agradable poder compartir esta afición no sólo con Ana, sino con más gente conocida. Además, también ha estado Vicky, su novia, que aunque no ha corrido sí que ha estado allí animándonos, sacando fotos y aguantando como una campeona.

La carrera ha transcurrido como esperaba, aunque me había planteado ir un poco más suave en la primera mitad. Tres primeros kilómetros lentos (a 5 minutos) y a partir de ahí un poco mejor. Las subidas mantenidas han hecho estragos; aún así me he encontrado bastante bien hasta el kilómetro 7. En ese momento he apretado, y quizá ahí ha estado mi error, porque lo he notado en los dos últimos kilómetros, que se me han hecho no eternos, pero sí bastante largos. Igual que en la carrera anterior, me ha venido a la cabeza el sentimiento negativo de no ser capaz de afrontar una media maratón con garantías; pero en esos momentos creo que es normal pensar así. A partir de ahora toca retomar los entrenamientos y empezar a prepararse para el objetivo del año que viene, a pesar de mi negativa psicológica: el medio maratón.

El tiempo ha estado dentro de lo esperado: 44'13" (a los que hay que descontar unos 30' que calculo que hemos tardado en pasar la línea de salida). Pedro me ha sorprendido gratamente con sus 49', y Ana ha estado también en su línea con sus 53'. Al final todos contentos, y yo dispuesto a volver el año que viene, y no precisamente porque vaya a correr Martín Fiz...

domingo, 29 de octubre de 2006

Y hoy que lo llevaba...


II Trofeo Distrito del Retiro. 29 de octubre. 10 km


Con la lección bien aprendida de la semana anterior, iba yo desde casa con mi dorsal bien sujeto a la camiseta, listo para correr la segunda carrera de 10 km en apenas una semana, un hecho hasta ahora desconocido para mí.

Con la ventaja del cambio horario de la noche anterior, llegamos a las 9 al Parque de El Retiro. Buen día, buen ambiente, muchos corredores, y un marco incomparable.

Con la lección aprendida iba, sí, pero no esperaba encontrarme con la sorpresa de que no íbamos a disponer de chip, porque los habían robado. Más o menos la mitad de los corredores nos quedamos sin registro oficial. Pero bueno, tampoco le iba a dar importancia al tema.

Ante nosotros el reto de intentar bajar la marca de la semana anterior. A Ana no se le veía muy convencida, y yo estaba dispuesto a correr de manera menos conservadora, pero la incertidumbre por desconocer el recorrido hacía que no las tuviéramos todas con nosotros.


Nos colocamos para salir más adelante de lo que solemos, y a partir de ese momento se notó la diferencia: la comodidad corriendo se notó casi desde el principio. Mucha bajada y subida; avituallamiento a los 5 km y cuesta arriba (me mata un poco) y según iban pasando los kilómetros, veía que podía bajar mi marca y acercarme a los 40'. Entonces llegó la parte final, y ahí mi derroche inicial me pasó factura en las dos últimas cuestas, donde sólo me pude mantener y ver cómo otros corredores que seguramente habían corrido de forma más conservadora me iban adelantando con facilidad. No obstante al entrar de nuevo en el parque aún me encontré con fuerzas para esprintar y ver con sorpresa la mejoría en mi marca, parando el cronómetro en los 40'51" 'oficiosos' (10 segundos menos según mi cronómetro).
Ana también bajó su registro, así que nos fuimos contentos a disfrutar del sol del otoño madrileño. A veces no basta con acordarse de llevar el dorsal...

viernes, 27 de octubre de 2006

Nunca olvides el dorsal


Carrera del CSIC. 22 de octubre. 10 km


“No te olvides la toalla cuando vayas a la playa” dice la letra de una canción veraniega. Trasladada al mundo del corredor popular, por mi experiencia de hace unos días en la carrera del CSIC, habría que decir “no te olvides el dorsal si quieres participar”.

Nos levantamos prontito, porque la carrera comenzaba a las 9, había que bajar a Madrid, aparcar, recoger el chip... Llegamos con tiempo de sobra, y justo en el momento de aparcar sentí cierta angustia al darme cuenta de que se mascaba la tragedia: mi dorsal se había quedado en casa. Por supuesto no había tiempo de volver a por él, así que me tuve que hacer a la idea de que seguramente correría sin chip y habría regalado los 10€ de la inscripción. Nos dirigimos al punto de recogida y afortunadamente dimos con una chiquita que me entregó el chip una vez comprobada mi identidad, porque al menos el DNI sí que lo llevaba.

Aunque amenazaba tiempo desapacible, hay que decir que durante toda la carrera el cielo se portó, reteniendo la lluvia para más tarde, y la temperatura fue más que agradable para ser otoño. Eso facilitó la carrera, que discurrió con tranquilidad por calles de Madrid que habitualmente están repletas de coches (Serrano, Paseo de la Castellana, Alberto Alcocer, etc) Hay que decir que el recorrido estaba bastante bien porque no había que callejear mucho y las pendientes no eran excesivas, que es algo que se agradece. A pesar de ser más de 5000 corredores, más o menos a partir del kilómetro 3 se pudo correr sin necesidad de ir haciendo eslálom. Corrí de manera conservadora, y me dispuse a entrar en meta esprintando moderadamente.

Pero hete aquí que cuando me faltaban apenas 30 metros para alcanzar la línea de llegada, ya dentro del colegio Ramiro de Maetzu, una persona de la organización que estaba encargada de comprobar que los corredores llevaban el dorsal, reparó en mi olvido. “¿Dorsal?”.“Se me ha olvidado”.“No puedes pasar, tienes que salirte por aquí (a la izquierda)”.“¡Llevo el chip!” “Da igual, tienes que salir” Entonces se giró para seguir con su tarea y yo, en un gesto que para nada me honra y que prometo solemnemente no volver a repetir (aquí queda escrito), seguí corriendo hasta llegar a la meta. Quería que por lo menos quedara constancia de mi tiempo, aunque supiera que seguramente estaba incumpliendo el reglamento (lo cual comprobé en casa releyéndolo).

Poco me importaba si me daban la bolsa del corredor o no. Tan solo quería conocer mi registro oficial (45’03”, 43’56” real). Al final todo salió bien, y como el chip se lo tuve que entregar a la misma chica que me lo había dado, no hubo problema.

Salí de allí con mi cansancio, mi bolsa de corredor, y el recordatorio grabado a fuego en la cabeza para carreras venideras: “no te olvides el dorsal si quieres participar”

domingo, 15 de octubre de 2006

El calor de la tierra


Villanueva del Pardillo. 13 de octubre

Mi plan de entrenamiento dice que hoy tengo que salir a correr una horita. Y eso es lo que hago.

Aprovecho para recorrer el recién descubierto camino parte de la carrera popular. Es la última hora de la tarde, el sol está bastante bajo, y mientras recorro uno de los muchos caminos del Canal de Isabel II que atraviesan los terrenos del pueblo descubro con sorpresa los contrastes de temperatura tan bestiales que se producen en tan solo unos metros.

No, no estoy exagerando si digo que en solo unos pocos metros puede haber diferencias de cinco o seis o siete grados. Zonas de temperatura agradable dan paso a otras donde se puede decir que hace frío de verdad. Es como si la tierra engullera todo el calor que durante el resto del día le había regalado el sol y sólo dejara frío y humedad. Supongo que el desierto es algo parecido.

Qué bueno poder sentir en estos contrastes el calor (y el frío) de la tierra.

sábado, 14 de octubre de 2006

En mi pueblo


Carrera Popular de Villanueva del Pardillo. 7 de octubre. 7'3 km

7 de octubre. 10:30 a.m.
Llevamos viviendo en este pueblo apenas año y medio, y hace unas semanas me enteré que teníamos carrera popular. ¡Qué alegría poder participar en una carrera que discurre por lugares por los que suelo salir a correr!
El día, excepcional. Para la época del año en la que estamos, se puede decir que hace calor. Mucha gente (unos 200 corredores) y, para mi sorpresa, ninguna cara conocida. Bueno, alguna sí, pero no del pueblo, sino de alguna carrera anterior.
Lo primero, recoger el dorsal en el polideportivo. Vemos el recorrido y al principio asusta un poco el perfil ¿Por dónde nos llevarán? Ana, más experta en estos temas, me tranquiliza diciendo que el desnivel es más bien pequeño.

Calentamiento, instrucciones, buen ambiente y salida, sin disparo. Buenas sensaciones, y para empezar, la parte desconocida del recorrido. Es un camino de tierra en buen estado. Habrá que visitarlo cuando entrene o coja la bici.

Sigo el ritmo, con cierta sensación de cansancio hacia la mitad de la carrera; pero bueno, ya estoy acostumbrado. A falta de unos 3 km comenzó mi "pique" (por mi parte no lo fue) con un chaval que viste el uniforme del MAPOMA. Primero le paso yo, después se recupera y me adelanta. Vamos juntos un rato, e incluso intercambiamos impresiones sobre el repecho que nos habían anunciado antes de salir, y que no es tan duro como se esperaba. A falta de menos de un kilómetro decido tirar aunque voy justito de fuerzas, pero ni él ni otro corredor que casi nos alcanza me siguen. Sé que si lo hubieran hecho, el que no habría aguantado habría sido yo.

Ana llega contenta, como siempre, sólo unos minutos después. No hubo medición de tiempos, aunque sí que nos llevamos una medalla conmemorativa. El buen ambiente continuó con las carreras de los chavales, hasta que la inesperada picadura de una avispa me obligaron a volver a casa. Suerte que vivo cerca :o) El año que viene, repetimos.

miércoles, 27 de septiembre de 2006

Sombras y luces


Hace un par de días salió la noticia de que, según un ciclista que hace meses destapó todo el escándalo en torno al dopaje en el equipo Kelme, Abel Antón, Martín Fiz, Alberto García y Reyes Estévez también habrían rondado el entorno del doctor Eufemiano Fuentes, cuyos métodos para mejorar el rendimiento de algunos deportistas andan en la picota. (ver noticia)
Al día siguiente, ayer, el ciclista en cuestión -un tal Manzano- se desdecía en lo referente a Martín Fiz, pero se ratificaba en el resto de nombres. No sé qué es lo que hay de cierto en todo esto. No tengo una bola de cristal, pero en este caso no tengo reparos en aplicar la presunción de inocencia para todos ellos pues, francamente, son referentes y gente que me cae muy bien.
Bien es cierto que Alberto García ya fue sancionado durante dos años por dar positivo. Me encantaba verle correr antes de la sanción, y ahora me gustaría que, una vez transcurrida, pudiera volver hacerlo de la misma forma. Desgraciadamente, parece que su tiempo puede haber pasado. Ojalá resurja, porque me demostrará que no es necesaria ayuda extra para estar ahí arriba.
Lo de Martín Fiz me costaba creerlo, pero sí que es cierto que verle en esa plenitud de facultades a sus años, da una envidia bastante sana, que a veces no lo es tanto.
De cualquier forma, y mientras no se demuestre lo contrario, para mí todos ellos son referentes del atletismo español, grandes campeones, y grandes deportistas, que han brillado con luz propia. Sin sombras.
Abel Antón y Martín Fiz

martes, 26 de septiembre de 2006

Barcenillas - La Miña

(21 de septiembre de 2006)

Después de cinco días sin calzarme las zapatillas, las ganas -unidas a un ligero sentimiento de culpabilidad por tantos días de inactividad- han vencido a esa inercia o dejarse llevar tan propios de estos días de vacaciones. No me levanto tarde (normalmente entre las 9 y 9:30) pero al final el día pasa volando y, si lo pienso, tampoco es que haga demasiadas cosas.

El caso es que a media tarde (7:40 p.m. aproximadamente) he salido de casa de mis suegros en Barcenillas (Cantabria). Es un pueblo muy pequeño, pegado a la carretera, y enclavado en el valle de Cabuérniga. Una auténtica maravilla (el pueblo y el valle) que merece la pena visitar alguna vez.

Del pueblo sale un camino hacia el monte. Es una pista por la que se puede caminar, correr o montar en bicicleta con mucha comodidad. Está muy bien conservada, y da gusto moverse por allí, porque no dejas de ver a ambos lados del camino árboles y más árboles: castaños, robles, hayas, higueras, y durante esta época del año zarzas cargaditas de moras enormes y maduras, que si no fuera porque iba corriendo...

Empiezo con los diez minutos de rigor para ir suave mientras caliento, pero creo que rondar las 150 p.p.m. no es precisamente lo que se puede considerar correr suave. Siempre me pasa lo mismo: después de muchos días sin salir a correr pienso que mis piernas tienen una memoria prodigiosa, y que voy a estar igualito que cuando lo hice por última vez. Y no es así. El descanso está muy bien, ya lo dicen las revistas especializadas, pero luego olvido esa parte del artículo que habla de que hay que volver poco a poco, que si no es peor. Que me lo digan a mí.

Aún así, como me siento razonablemente bien, continuo a un ritmo más o menos constante. El camino es bastante llano, con alguna subidilla suave y constante. Me encuentro con algún perro ladrador, y como no quiero comprobar si el refrán es cierto, disminuyo un poco el ritmo, casi parando, hasta que pasa el peligro. Las vacas y los terneros me miran con una expresión de extrañeza, como si pensaran “dónde irá éste con tanta prisa”.

Me he propuesto subir a Lamiña, un pueblo que está muy cerca de Barcenillas, aunque bastante más alto. Así que ya sé que me va a tocar subir. Cuando llego al desvío, no lo tomo, y sigo por el camino principal, porque pienso que me va a sobrar tiempo. El año pasado hice el mismo recorrido con la bici, y me propongo llegar al menos hasta donde lo hice pedaleando. Pero al final me sabe a poco, y sigo. Y empieza una subida de las de órdago.

Después de varias curvas tipo siete revueltas, me doy cuenta de que ya está bien, que hay que levantar el pedal del acelerador, y llego incluso a parar de correr. Continuo unos 150-200m andando a buen paso, y media vuelta, que va siendo hora de volver.

La bajada es bastante pronunciada e incómoda. Sólo me gusta bajar con la bici; ni andando ni corriendo me siento a gusto, sobre todo si la bajada tiene mucha pendiente y dura bastantes metros (como sucedió en la carrera del Rock & Roll.) Por fin vuelvo al llano, y ya veo el desvío a Lamiña. Esta vez sí que lo tomo. Me apetece mucho hacer la subida, aunque me aterra la rapidísima bajada por carretera (todavía recuerdo que el año pasado me puse a más de 40km/h con la bici; entonces para mí era mucha velocidad; ayer casi alcanzo los 57 km/h ...)

Empiezo la ascensión. La pista sigue siendo excelente, y las subidas son menos duras que si las hiciera con la bici. Mucho sube-baja (no lo recordaba; pensé que sería subida más constante); un par de cervatillos se asustan al oírme llegar y huyen del camino para ocultarse rápidamente entre la vegetación. Después de un buen rato preguntándome cuándo narices llegaré al pueblo, y tras una cuesta abajo de ésas que tanto me fastidian, veo las primeras casas. Luces en las ventanas, pero ni un alma en la calle. El día no acompaña, y en cualquier momento los nubarrones grises pueden descargar (Dios mío, que no me pillen, que aún me quedan algo menos de dos kilómetros.) No sé si serán coletazos del huracán Gordon, pero prefiero no comprobarlo.

Inicio el descenso por la tan temida carretera. Adelanto a un señor mayor que me mira con cierta extrañeza. Por esta zona no deben ver muchos corredores. Para mi sorpresa, la bajada no es tan pronunciada como yo pensaba, y la carretera está en un estado de conservación tan bueno que da auténtico gusto coger velocidad mientras caen los metros a un ritmo vertiginoso. Apenas sin darme cuenta, ya casi he completado el kilómetro y medio que separa ambos pueblos, y estoy llegando a mi destino.

Mi rodilla izquierda ha ido recordándome a ratos que está ahí, que no se ha ido. Yo pensaba que sería más bien algo psicológico, y que debía seguir sin hacer demasiado caso. Pero ha sido llegar a casa y empezar el dolor, todo uno. No sé qué es lo que me pasa, pero me preocupa, porque subir y bajar las escaleras ha sido doloroso. No entiendo cómo puedo correr 45 minutos tan normal, y al parar sentir ese dolor en la rodilla. No quiero tener que parar otra vez. Mañana pensaba correr por la playa...

En resumen, unos 45 minutos corriendo, y unos 8 km, aunque tampoco lo tengo claro, porque mi cuentapasos no parece un compañero apto para mis carreras. Luego, estiramientos y abdominales, mientras oía reconfortado el caer de la lluvia, de la que finalmente me he librado. Ducha reconfortante, chorro de agua caliente y luego fría en las piernas, cena, y tras el masaje que Ana me ha dado con el milagroso aceite de romero, espero que mañana mi rodilla no diga ni .

lunes, 25 de septiembre de 2006

La Melonera

(Carrera Popular “La Melonera” - Trofeo Hipercor. 16 de septiembre de 2006)

Desde que la vi anunciada, me pareció buena idea participar en esta carrera. Como si se tratara de un festejo más encuadrado en las fiestas del barrio de La Melonera, distrito de Arganzuela, esta carrera popular parecía tener buena pinta, dado su marcado carácter festivo. Pero lo que no imaginaba es que fuera tan, tan popular...

Llevaba toda la semana en el dique seco a causa de una inoportuna tendinitis en la rodilla izquierda, provocada por mis excesos, es decir, por salir a correr a lo bestia después de muchos días sin haber practicado otro deporte que no fuera pádel. El día anterior a la carrera me probé trotando durante algo más de media hora. Las sensaciones no fueron nada buenas, y me di cuenta de que como al día siguiente intentara subir alguna cuesta, arrancar fuerte con la pierna izquierda, o si hacía algún mal apoyo, iba a ver las estrellas, y la semana que había pasado descansando no iba a ser nada comparado con el reposo que tendría que hacer a partir de entonces.

Así que me encomendé al ibuprofeno y al automasaje con aceite de romero, que Ana me dijo que podría irme bien. Yo me lo creí, y el mismo día de la carrera, al levantarme, me sentía mucho mejor. Pero a medida que iba avanzando la mañana, cada vez lo veía menos claro. Aún así, me obligué a ir de corto, acompañando a Ana, que bastante sacrificio iba a hacer levantándose pronto, después de haber trabajado la noche anterior, corriendo la carrera, y después volviendo a trabajar esa misma noche.

Aunque sólo fuera por ella, tenía que intentarlo. Si no, siempre podría hacer de reportero gráfico, tal y como hizo ella cuando corrí el Trofeo San Lorenzo, en el mes de julio.

Según nos aproximábamos a la zona por donde iba a desarrollarse la carrera, no parábamos de cruzarnos con gente que andando o calentando, con su dorsal ya puesto, se dirigía hacia la salida. Faltaban algo más de veinte minutos, así que aplicamos la sabiduría popular, esa que dice que a la salida de la carrera se va siguiendo al resto de la gente, y nos encontramos con lo que más o menos esperábamos: una auténtica marea humana. Los voluntarios nos apremiaban, porque la carrera iba a empezar en sólo cinco minutos, y si no nos poníamos detrás de la línea de salida (pero ¿hay línea de salida?, porque yo no la veo) no empezaría la carrera. Sorteando las cintas que delimitaban la zona de carrera, retrocedimos por la acera hasta que decidimos que ya era hora de mezclarnos con la marabunta de corredores, dispuestos a comernos literalmente los 7350 metros que teníamos por delante.

Momentos de tensión, de ansiedad, y no por empezar a correr para hacer una gran marca, sino para que el aire empezara a correr, porque tanto corredor por metro cuadrado ya empezaba a agobiar, la verdad.

Mi táctica de carrera estaba bien clara: seguir al ritmo de Ana, mientras que la rodilla me aguantase, porque tampoco estaba yo para alegrías, y seguramente podría aguantar su ritmo, aunque no las tenía todas conmigo.

A partir de ese momento, la carrera se desarrolló tal y como se preveía, teniendo en cuenta que, a ojo de buen cubero, seríamos unos tres mil corredores. Vamos, que más que una carrera parecía un slalom gigante, sorteando corredores, retrovisores, pivotes de las aceras... en definitiva, casi una carrera de obstáculos. Apenas llevábamos unos cientos de metros, y vimos como de una bocacalle, a nuestra izquierda, salían los primeros clasificados. Qué depresión.

Con tanto adelantar y sortear obstáculos, no puedo decir que me enterara mucho del recorrido. Iba más pendiente de no perder de vista a Ana, y sólo fui consciente de dónde me encontraba en un par de tramos del recorrido: uno cuando pasamos por delante de la estación de tren de Pirámides, y el otro cuando bajábamos por la calle Embajadores. Y poco más; sí me di cuenta de un par de subidas un poco más pronunciadas, pero que no hicieron que mi rodilla se resintiera. El avituallamiento no fue precisamente de lo mejor: justo al comienzo de una cuesta, sólo en un lado de la calle... vamos, el anti-avituallamiento. Cinco kilómetros esperando para que luego se montara el jaleo padre.

Había gente apoyando en las calles, pero sin exagerar. En la zona de meta, el parque de Arganzuela, sí que se juntaron muchos animadores; por lo que parecía, familiares de los corredores (eso, de momento, Ana y yo lo tenemos que echar en falta, pero ya llegará).

Y como cierre, después de cruzar la línea de meta, para hacer honor al nombre de la carrera, aparte de las ya típicas bebidas para reponer, y de la clásica camiseta de recuerdo, nos repartieron un par de rajas de melón, que no veáis qué bien sientan después de tanto correr esquivando.

Conclusión general: no creo que vuelva a esta carrera el año que viene, pero al menos ha servido para confirmar que lo de correr la San Silvestre Vallecana es una locura. Prefiero, al menos por ahora, eventos menos concurridos. Carrera en Villanueva del Pardillo a la vista...