lunes, 25 de septiembre de 2006

La Melonera

(Carrera Popular “La Melonera” - Trofeo Hipercor. 16 de septiembre de 2006)

Desde que la vi anunciada, me pareció buena idea participar en esta carrera. Como si se tratara de un festejo más encuadrado en las fiestas del barrio de La Melonera, distrito de Arganzuela, esta carrera popular parecía tener buena pinta, dado su marcado carácter festivo. Pero lo que no imaginaba es que fuera tan, tan popular...

Llevaba toda la semana en el dique seco a causa de una inoportuna tendinitis en la rodilla izquierda, provocada por mis excesos, es decir, por salir a correr a lo bestia después de muchos días sin haber practicado otro deporte que no fuera pádel. El día anterior a la carrera me probé trotando durante algo más de media hora. Las sensaciones no fueron nada buenas, y me di cuenta de que como al día siguiente intentara subir alguna cuesta, arrancar fuerte con la pierna izquierda, o si hacía algún mal apoyo, iba a ver las estrellas, y la semana que había pasado descansando no iba a ser nada comparado con el reposo que tendría que hacer a partir de entonces.

Así que me encomendé al ibuprofeno y al automasaje con aceite de romero, que Ana me dijo que podría irme bien. Yo me lo creí, y el mismo día de la carrera, al levantarme, me sentía mucho mejor. Pero a medida que iba avanzando la mañana, cada vez lo veía menos claro. Aún así, me obligué a ir de corto, acompañando a Ana, que bastante sacrificio iba a hacer levantándose pronto, después de haber trabajado la noche anterior, corriendo la carrera, y después volviendo a trabajar esa misma noche.

Aunque sólo fuera por ella, tenía que intentarlo. Si no, siempre podría hacer de reportero gráfico, tal y como hizo ella cuando corrí el Trofeo San Lorenzo, en el mes de julio.

Según nos aproximábamos a la zona por donde iba a desarrollarse la carrera, no parábamos de cruzarnos con gente que andando o calentando, con su dorsal ya puesto, se dirigía hacia la salida. Faltaban algo más de veinte minutos, así que aplicamos la sabiduría popular, esa que dice que a la salida de la carrera se va siguiendo al resto de la gente, y nos encontramos con lo que más o menos esperábamos: una auténtica marea humana. Los voluntarios nos apremiaban, porque la carrera iba a empezar en sólo cinco minutos, y si no nos poníamos detrás de la línea de salida (pero ¿hay línea de salida?, porque yo no la veo) no empezaría la carrera. Sorteando las cintas que delimitaban la zona de carrera, retrocedimos por la acera hasta que decidimos que ya era hora de mezclarnos con la marabunta de corredores, dispuestos a comernos literalmente los 7350 metros que teníamos por delante.

Momentos de tensión, de ansiedad, y no por empezar a correr para hacer una gran marca, sino para que el aire empezara a correr, porque tanto corredor por metro cuadrado ya empezaba a agobiar, la verdad.

Mi táctica de carrera estaba bien clara: seguir al ritmo de Ana, mientras que la rodilla me aguantase, porque tampoco estaba yo para alegrías, y seguramente podría aguantar su ritmo, aunque no las tenía todas conmigo.

A partir de ese momento, la carrera se desarrolló tal y como se preveía, teniendo en cuenta que, a ojo de buen cubero, seríamos unos tres mil corredores. Vamos, que más que una carrera parecía un slalom gigante, sorteando corredores, retrovisores, pivotes de las aceras... en definitiva, casi una carrera de obstáculos. Apenas llevábamos unos cientos de metros, y vimos como de una bocacalle, a nuestra izquierda, salían los primeros clasificados. Qué depresión.

Con tanto adelantar y sortear obstáculos, no puedo decir que me enterara mucho del recorrido. Iba más pendiente de no perder de vista a Ana, y sólo fui consciente de dónde me encontraba en un par de tramos del recorrido: uno cuando pasamos por delante de la estación de tren de Pirámides, y el otro cuando bajábamos por la calle Embajadores. Y poco más; sí me di cuenta de un par de subidas un poco más pronunciadas, pero que no hicieron que mi rodilla se resintiera. El avituallamiento no fue precisamente de lo mejor: justo al comienzo de una cuesta, sólo en un lado de la calle... vamos, el anti-avituallamiento. Cinco kilómetros esperando para que luego se montara el jaleo padre.

Había gente apoyando en las calles, pero sin exagerar. En la zona de meta, el parque de Arganzuela, sí que se juntaron muchos animadores; por lo que parecía, familiares de los corredores (eso, de momento, Ana y yo lo tenemos que echar en falta, pero ya llegará).

Y como cierre, después de cruzar la línea de meta, para hacer honor al nombre de la carrera, aparte de las ya típicas bebidas para reponer, y de la clásica camiseta de recuerdo, nos repartieron un par de rajas de melón, que no veáis qué bien sientan después de tanto correr esquivando.

Conclusión general: no creo que vuelva a esta carrera el año que viene, pero al menos ha servido para confirmar que lo de correr la San Silvestre Vallecana es una locura. Prefiero, al menos por ahora, eventos menos concurridos. Carrera en Villanueva del Pardillo a la vista...

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