jueves, 13 de agosto de 2009

Triatlón... por pinchazo

Ayer iba a ser un día tranquilo. Llevaba toda la tarde sudando con tareas domésticas varias, y ante la falta de iniciativa para jugar al pádel por parte de mis convecinos, había decidido que el plan iba a ser refrescarme un rato haciendo unos largos en la piscina, y luego salir con la bici, pero de tranqui.

Y eso fue lo que hice. Estuve un rato nadando, y al rato estaba con la bici rumbo al puertecito que hay camino de Colmenarejo. Era ya tarde, pero unos días antes había salido incluso más tarde y sabía que tendría tiempo de volver antes de que anocheciera.

Salvo un tramo de un par de kilómetros por sendero de tierra, el camino de subida al puerto es una carretera en pésimo estado, con un montón de baches, parches y remiendos. No supone ningún problema, y más cuando se va tranquilo. La bajada por el mismo sitio ya es otro cantar, aunque en ningún momento podría calificarse de peligrosa.

Aún así, mientras subía, iba pensando en un sendero de tierra que hay para bajar y que ya una vez recorrí con Ana. Como hace poco que he retomado la bici, tenía mis dudas, pero pensé que bajando tranquilamente no habría problema, y que me sería útil explorar el camino para futuras bajadas.

Una auténtica gozada. Sin soltar los índices del freno, fui bajando a ratos más despacio, y otros más dejando que la pendiente me llevara. Se me cruzaron perdices, algunos conejos ¡y hasta un zorro!

Sabía que en un momento determinado del camino tenía que girar a la izquierda para volver al camino por el que había venido, aunque no tenía muy claro a qué altura estaba el desvío. Me salí en una zona que me pareció que podía ser, pero ya desde el principio tuve el presentimiento que apenas unos metros después se confirmó: aquello sólo eran huellas de vehículo que morían junto a una encina. Y me tocó dar la vuelta.

Entonces sucedió que mi bici empezó a emitir un sonido que en principio me pareció un pinchazo, pero tras parar un momento llegué a la conclusión -equivocada como se verá más adelante- de que se trataba de un trozo de cardo que se había quedado enganchado entre los radios de la rueda delantera.

Volví al sendero de bajada, y unos metros más adelante encontré el cruce que me iba a devolver al camino de regreso a casa. Tras un tramo final de bajada tocaba un pequeño repecho. Fue ahí donde me di cuenta de que algo no iba bien: mi rueda trasera estaba completamente desinflada. Diagnóstico claro: pinchazo.

El sol ya se había ocultado tras la montaña, aunque aún había bastante claridad. Sin inflador en la mochila (de todo se aprende) me esperaban algo más de 2 km a pie con la bici a cuestas. Qué se le va a hacer.

Viendo que la noche se me echaba encima, y aprovechando que el camino lo permitía, decidí ir trotando. Tiene gracia, porque mientras subía iba pensando en que hasta el día 27 de este mes no tenía intención de correr ni un solo kilómetro. Eso me pasa por ir de listo.

Un rato de trote, un rato andando; trote, andando... Así durante gran parte del camino. En uno de los ratos de andar me pasaron 3 ciclistas. El primero de ellos, único que no montaba una bici de montaña, sino una pequeña de bicicross, me gritó al pasar "¿¿¡¡pinchazo!!??" con una sonrisa entre pícara y solidaria. Me lo tomé bien; qué remedio.

Así que casi 20' después de lo previsto aparecí en casa con una nueva peripecia que apuntar. Tiene gracia que de cinco veces que he cogido la bici desde que cambié la rueda trasera, ya acumule un pinchazo. En fin, está visto que este camino es de lo más propicio para hacer mi particular versión del triatlón (ver la zancada Casitriatlón)


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